La historia del color negro puede remontarse a las primeras órdenes cristianas, pues sus primeros hábitos eran de colores ligados a la humildad y abstinencia: grises, pardas y beige.
Pero ya para el año 1000 se les permitió el uso del color negro a las órdenes que concedían a sus monjes ciertos lujos.
Luego de esto comenzó a oficializarse el hecho de teñir lana natural de color negro para los miembros del clero, y aunque algunos utilizaron pardo y gris, la historia se encargó de asociar el color negro a las órdenes religiosas.
Se dice que la famosa piedra ubicada dentro de la Kaaba, en La Meca, se ennegreció por los pecados cometidos por el hombre.
Historia del color negro en la edad media
En la Edad Media existieron tintoreros cuya labor se centraba en teñir solamente de color negro. Como es de esperarse, se utilizaba un «negro de los pobres» obtenido de la corteza de arraclán.
Y para quien se lo pudiera permitir se obtenía un negro muy profundo utilizando las «agallas» (desechos de insectos) presentes en hojas de roble.
Un hecho que marcó definitivamente la preferencia por el color negro llegó de la mano de la importación de índigo desde la India: tiñendo azul con el índigo y luego de negro con agallas de roble se obtenía un negro muy profundo, que las clases altas recibieron con encanto.
La ascensión del color negro continúa con el Imperio Español y sus líderes Carlos I y Felipe III, fanáticos religiosos y propulsores de la Inquisición.
Qué mejor que el negro para representar un movimiento y época tan lúgubre como esta. Carlos y Felipe vestían de negro a semejanza de los monjes, pero la nobleza no dejaba de mostrar sus privilegios, adornando sus apagadas prendas negras con perlas y toda clase de joyas.
Martín Lutero y su reforma establecieron entre otras cosas, que todos somos iguales ante Dios, y por ello vestir de negro y sin prendas ostentosas durante sus sermones fue la mejor manera de demostrarlo.
A mediados del siglo pasado se comenzaron a fabricar en cantidades industriales colores y fibras artificiales que bajaron considerablemente el precio de las prendas. La persona promedio se podía permitir una prenda distinta para cada día.
Y gracias a ello los diseñadores comenzaron a implementar nuevas modas para cada temporada, que acabaron por hastiar a un público deseoso de un color atemporal para sus atuendos que no pasará de moda por simple capricho: el negro.
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